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sábado, 19 de febrero de 2011

Resultó un otoño extraño. Jamás había estado tan exhausto, pero tampoco tan lleno de energía. Era como si ella le infundiese ánimos, y él se preguntaba en ocasiones cómo había logrado hacer funcionar su cuerpo antes de que ella apareciese en su vida. A partir de aquella noche en la que se armó de valor para presentarse ante su ventana, había cambiado todo. El sol empezaba a brillar cuando ella llegaba, se apagaba cuando se separaban. El primer mes sólo intentaron tímidos acercamientos. Ella era tan recatada, tan  inocente, que aún lo llenaba de asombro que se hubiera atrevido a dar el primer paso. Aquella audacia era tan ajena a su personalidad que le enternecía pensar  que se hubiese apartado hasta tal punto de sus principios sólo por él.
Al principio tuvo sus dudas. Avistaba problemas en el horizonte, y vió lo imposible de toda aquella historia, pero era tan fuerte su sentimiento que , sin saber cómo, había logrado convencerse a sí mismo de que todo se solucionaría. Y ella se mostraba tan llena de confianza... cuando apoyaba la cabeza en su hombro y ella posaba su frágil mano en la de él , se sentía capaz de mover montañas.
No tenían muchas oportunidades de verse. Él llegaba tarde a casa y se iba muy temprano por la mañana al trabajo, pero ella siempre encontraba la solución y él la adoraba por ello. Daban largos y numerosos paseos por las afueras del pueblo , al abrigo de la oscuridad y, pese al crudo frío otoñal, siempre encontraban algún lugar seco en el que sentarse y besarse. Cuando por fin sus manos se atrevieron a buscar bajo la ropa, ya estaba mediado noviembre  y él se sabía en una encrucijada. Sacó a relucir el tema del futuro con cautela.No quería que ella cayese en desgracia, la amaba demasiado: pero al mismo tiempo era como si todo se cuerpo estuviera gritándole que elijiese el camino que condujera a la unión. Ella interrumpía con un beso sus intentos de hablar de aquella angustia.
-No hablemos de eso ahora-le dijo besándolo de nuevo-. Mañana por la noche, cuando venga a verte no salgas, déjame entrar.
-Pero... ¿ y si...?- intentó advertirle antes de que lo interrumpiera con otro beso.
-Shh. Vamos a ser silenciosos- recomendó-, como dos ratones. - Le acarició la mejilla, antes de proseguir- : Dos ratoncitos callados que se aman.
-Pero imagínate que... - insistía él inquieto y exaltado a un tiempo.
-No imagines tanto- le replicó ella sonriente-. Quién sabe, mañana podría pasar cualquier cosa.
- ¡Uf, no digas eso!- contestó abrazándola con todas sus fuerzas.
Y ella tenía razón, él pensaba demasiado.

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