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miércoles, 26 de enero de 2011

El arte de la seducción 1

La mujer acudió a él al amparo de la oscuridad, solo un rayo de luz de luna guiaba su camino. El aire era sofocante y cálido, perfumado con la fragancia del jazmín que florece durante la noche ; los sonidos de los compases casi imperceptibles de la orquesta llegaban con la brisa. La mujer permaneció allí, mirándolo, con una expresión inescrutable , todo su aspecto era un misterio bajo el antifaz que cubría buena parte de su rostro, la peluca empolvada que ocultaba su cabello y el disfraz de cortesana, con su atrevido escote apenas cubriendo sus pezones. Caminó hacia él, la sensualidad de sus movimientos consiguió fijar la atención masculina en sus caderas. Ella no dijo nada y la lengua de él tampoco pudo articular sonido alguno. Cuando se detuvo ante él, el pulso latía en la base de su cuello y el rápido agitar de sus pechos revelaron que no estaba tan serena como quería hacerle creer. Bien. Tampoco lo estaba él, y al darse cuenta sufrió una pequeña sacudida. ¿ Quién era aquella mujer? Quería preguntarlo. Debería haberlo preguntado, pero temía romper el hechizo. ¿ La había visto dentro? ¿ Había asistido alguna vez al baile anual de disfraces de su madre? ¿Importaba en realidad? Estaba allí, punto. Él abrió la boca para decir algo pero la mujer apoyó un dedo esbelto en sus labios y lo silenció. Después, esos mismos dedos cruzaron su mandíbula como un susurro, se deslizaron por su pelo , le cubrió la nuca y atrajo su boca hacia la de ella. El contacto fue explosivo. Las grandes manos masculinas se cerraron alrededor de la diminuta cintura de ella, atrayéndola hacia sí, necesitando ceñirla contra su cuerpo tanto como pudiera. Las capas de ropa que se interponían entre ellos los confinaban y restringían. Qué absurda inconveniencia. Él quería ir poco a poco, ser dulce, pero la joven cambió el juego del amor, con una necesidad acuciante que incitaba los sentidos masculinos, y era el calor de las pieles , allá dónde sus cuerpos se tocaban, donde se extendía y ascendía fuera de su control. La depositó en el suelo y la apretó contra la hierba fresca junto a las preciadas rosas de su madre. Sus manos, por lo general tan severas forcejearon con el borde de su vestido. Le acarició un muslo envuelto en seda mientras con la otra mano tiraba del corpiño. La mujer ahogó un grito cuando liberó sus senos. Los pálidos rayos de la luna brillaban con luz trémula sobre aquellas esferas pequeñas y perfectas. Los pezones de la joven se hincharon bajo el escrutinio masculino , una visión eróticamente enloquecedora.

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